> VIBRACIÓN (la voz del pueblo en
retaguardia [20]
La instalación sonora Vibración ( la voz del
pueblo en retaguardia", realizada en la residencia colombiana
Festival Estación Sonora Experimental de Puerto Contemporáneo
por Mario Gutiérrez Cru estuvo en ABM Confecciones, en la
muestra Apocalipsis. Desde este viernes a las 20h al 1 de
julio, junto a grandes artistas y compañeros. La obra la hice
con el apoyo de Arturo Moya Villen .
Vivimos una época de una prolífica imaginación apocalíptica. Y
esto, al menos, sucede en un Occidente que extiende
globalmente sus imaginarios. Desde hace ya décadas el asunto
del fin del mundo goza un lugar destacado en la producción y
recepción cultural. Dicha circunstancia es especialmente
cierta en lo relativo a la industria audiovisual, tanto en el
terreno de lo que se pretende ficción como en el que se
enuncia desde lo documental o informativo. Así, podemos
encontrar ese mismo tratamiento apocalíptico, además de en
producciones culturales de diversa índole, en todo tipo de
informaciones que nos llegan en torno a pandemias, colapsos
medioambientales y de las estructuras socio-económicas,
amenazas tecnológicas o los escenarios bélicos que, siempre y
cuando dichos acontecimientos se consideren relevantes para
los intereses occidentales, ocupan un papel central en las
representaciones hegemónicas del mundo. Esta constatación no
significa, de modo alguno, una negación de las graves
situaciones que atraviesan nuestra época.
Tradicionalmente, dentro del marco de la escatología
cristiana, el apocalipsis ha estado vinculado a una serie de
acontecimientos situados en el futuro que delineaban el
horizonte terminal del fin de los días (y por tanto del
mundo). En el Apocalipsis de San Juan ?entre otros textos
bíblicos como el Libro de Daniel o el Evangelio de Mateo? se
ha interpretado dicho fenómeno como mecanismo divino de
renovación y, por tanto, cargado con la esperanza de una
transformación radical de las coordenadas de realidad, a
través de la destrucción total y la posterior resurrección. Se
configura así una herramienta Deus ex machina que, en
diferentes contextos históricos y culturales, se ha instaurado
como agente para la resolución de una situación de colapso. Ya
sea por la persecución de un grupo humano determinado, que
encuentra en este mecanismo una manera liberadora de poner fin
a su sufrimiento ?como sucedió en tiempos de la redacción del
Libro de Daniel en la década del 160 a.C, con la persecución
extrema de los judíos por parte de la monarquía seléucida de
Antiochus IV?, o como argumento propagandístico, en la
confrontación de sistemas de creencias y modelos vitales
?ejemplificado en la época de San Juan presidida por el
conflicto entre el cristianismo y el revitalizado culto
imperial?, la noción de apocalipsis apareció como expectativa
de ruptura radical con las condiciones impuestas por el pasado
en el presente y la apertura utópica de una nueva era en el
futuro.
Sin embargo, nos encontramos hoy con un imaginario
apocalíptico que no aparenta responder a dicha idea de
clausura de mundo y posterior revitalización. Más bien
pareciera que lo que se propone es la instauración de un
escenario de un fin sin ningún tipo de nuevo principio, un
paisaje continuo e indefinido de catástrofe (distopía). Una
sensación de impotencia se ha instalado en parte importante
del imaginario occidental respecto de la posibilidad de
transformación de las coordenadas de realidad que implica,
asimismo, una clausura de la imaginación.
Esto podría inferirse de las palabras de Fredric Jameson:
“parece que hoy en día nos resulta más fácil imaginar el total
deterioro de la tierra y de la naturaleza que el derrumbe del
capitalismo; puede que esto se deba a alguna debilidad de
nuestra imaginación”. Más allá de las salidas, que no parecen
gozar de tanta popularidad últimamente pese a la insistente
propaganda, del solucionismo tecnológico y del narcisismo
individualista neoliberal de carácter psicológico (búsqueda de
la felicidad personal pese a las condiciones sociales,
políticas y económicas que determinan cada existencia,
apuntalada por la psicología positiva) o material (el
emprendizaje como mecanismo de acceso a los recursos vitales),
las propuestas realizadas desde el espacio de privilegio
dentro de las relaciones de poder se inclinan hacia la
imaginación apocalíptica. El problema surge cuando parte del
pensamiento crítico acaba abrazando esta versión de fin de
juego como única posibilidad. Esto supone una alineación
sumisa con los intereses de poder de una minoría que obtiene
unos magníficos beneficios, sin responsabilidad alguna, de la
conciencia general de catástrofe final que, de ninguna manera,
puede entenderse como herramienta de emancipación. Habrá que
tener cuenta, en definitiva y como afirma el Comité Invisible,
que “el gobierno cibernético es por naturaleza apocalíptico”.
En este sentido advierten: “No se puede subestimar el frenesí
del apocalipsis, la sed de Armagedón de la cual está
atravesada la época. La pornografía existencial que le
pertenece es la de ver ciertos documentales de anticipación
que muestran, en imágenes generadas por computadora, las nubes
de langostas que vendrán a lanzarse sobre los viñedos de
Burdeos en 2075 y las hordas de «migrantes climáticos» que
tomarán por asalto las costas del sur de Europa — las mismas
que Frontex ya se hace cargo de diezmar. Nada es más viejo que
el fin del mundo. La pasión apocalíptica no ha dejado de
tener, desde tiempos muy remotos, el favor de los impotentes.
La novedad está en que vivimos una época donde la apocalíptica
ha sido integralmente absorbida por el capital, y puesta a su
servicio. El horizonte de la catástrofe es aquello a partir de
lo cual somos gobernados actualmente. Ahora bien, si hay una
cosa condenada a permanecer incumplida, ésa es la profecía
apocalíptica, ya sea económica, climática, terrorista o
nuclear. Ésta sólo es enunciada para exigir los medios que son
capaces de conjurarla, es decir, en la mayoría de los casos,
la necesidad de gobierno. Ninguna organización, ni política ni
religiosa, jamás se ha reconocido derrotada porque los hechos
desmintieran sus profecías. Pues la meta de la profecía nunca
es tener razón sobre el futuro, sino operar sobre el presente:
imponer aquí y ahora la espera, la pasividad, la sumisión”.
Instalarse, entonces, en un pensamiento de fin del mundo e
incluso celebrar el apocalipsis no parece suponer ninguna
alternativa viable a las condiciones impuestas por un
sistema-mundo caracterizado, entre otros fenómenos, por un
capitalismo extractivista antropocentrado que trata de
blanquearse mediante el poco convincente y cínico
greenwashing, una colonialidad racializadora o la pervivencia
agónica del régimen heteropatriarcal. Tal circunstancia no
puede representar otra cosa, actualmente, que una forma de
complicidad con un poder que se sabe colapsado y obtiene de la
catástrofe permanente su potencia y legitimidad. En este
sentido, el neohumanismo progresista, al menos en lo relativo
a lo económico y lo tecnológico, y el espectro
neorreaccionario, aunque posturas aparentemente antagónicas en
términos de agenda política, constituyen dos caras de una
misma moneda. Franco Bifo Berardi, en relación con la guerra
de Ucrania, ha afirmado que lo que se escenifica en este
conflicto bélico es, precisamente y al margen de las
responsabilidades y las diferencias de posición, la agonía de
la dominación occidental que se caracteriza por “la
culminación de una crisis psicótica de cerebro blanco”. Se
invoca el apocalipsis para alargar una situación de privilegio
senil del patriarca blanco y evitar, de este modo, que se
produzcan una serie de transformaciones necesarias que
supondrían el declive definitivo de su superioridad.
Desde diversas perspectivas se viene reclamando la urgencia de
la articulación de un imaginario alternativo al propuesto por
el pensamiento apocalíptico, por muy seductor que este pueda
parecer. En definitiva, la pasión por el fin del mundo parece
favorecer, en la actualidad y en exclusiva, a quienes desde
una posición preeminente justifican su dominio o pretenden
instaurar nuevas-viejas formas de explotación y desigualdad. A
quien, sosteniendo una postura que confronta con estos modelos
articulados por el privilegio, se sienta fascinado por la
visión apocalíptica habría que recordarle las palabras
formuladas, en el contexto histórico de la Guerra Fría y la
amenaza de guerra nuclear, por Maurice Blanchot en contra del
binarismo del “todo o nada” de Karl Jaspers: “el apocalipsis
defrauda”. Y, desde luego, defrauda mucho más a quien, desde
una posición ingenua, se imagina indemne a las consecuencias
de dicha catástrofe final.
“Importa qué historias cuentan historias” nos dice Donna J.
Haraway y se/nos pregunta: “¿Cómo podemos pensar en tiempos de
urgencia sin los mitos autoindulgentes y autogratificantes del
apocalipsis, cuando cada fibra de nuestro ser está entrelazada
en, y hasta es cómplice de las redes de procesos en los que,
de alguna manera, hay que involucrarse y volver a diseñar” Se
trata, entonces, de construir de modo relacional un imaginario
que no sucumba ni a las pretensiones idealistas ni cínicas, ni
a la ingenua esperanza ni a la desesperación nihilista, sino
que nos inste a “seguir con el problema”. Ante los desastres
del Antropoceno o Capitaloceno ni la noción moderna y acrítica
del progreso ni el apocalipsis resuelven nada, solamente
extienden indefinidamente el horror hasta, esta vez sí, el fin
de los días.